ACTO IV
Escena
III DICHOS y DON JUAN
D. JUAN: ¿A dónde vais, doña Inés?
D.ª INÉS: Dejadme salir, don Juan.
D. JUAN: ¿Que os deje salir?
BRÍGIDA: Señor,sabiendo ya el accidente del
fuego, estará impaciente por su hija el comendador.
D. JUAN: Don Juan Tenorio¡El fuego! ¡Ah! No
os dé cuidado por don Gonzalo, que ya dormir tranquilo le hará el mensaje que
le he enviado.
D.ª INÉS: ¿Le habéis dicho...?
D. JUAN: Que os hallabais
bajo mi amparo segura,
y el aura del campo pura,
libre, por fin, respirabais.
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí. bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
D.ª INÉS: Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
D. JUAN:
¡Alma mía! Esa palabra
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él quizás
No; el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal,
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso voraz.
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí; iré mi orgullo a postrar
ante el buen comendador,
y o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar,
D.ª INÉS:
¡Don Juan de mi corazón!
D. JUAN:
¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
D.ª INÉS:
¿Qué?
D. JUAN:
Sí, una barca ha atracado
(Mira por el balcón.)
debajo de ese balcón,
Un hombre embozado de ella
salta... Brígida, al momento
pasad a ese otro aposento,
y perdonad, Inés bella,
si solo me importa estar.
D.ª INÉS:
¿Tardarás?
D. JUAN:
Poco ha de ser.
D.ª INÉS:
A mi padre hemos de ver.
D. JUAN:
Sí, en cuanto empiece a clarear.
Adiós.
Escena
X
DICHOS y DON LUIS, soltando una carcajada de
burla
D. LUIS:
Muy bien, don Juan.
D. JUAN:
¡Vive Dios!
D. GONZALO:
¿Quién es ese hombre?
D. LUIS:
Un testigo
de su miedo, y un amigo,
Comendador, para vos.
D. JUAN:
¡Don Luis! Don Juan Tenorio
D. LUIS:
Ya he visto bastante,
don Juan, para conocer
cuál uso puedes hacer
de tu valor arrogante;
y quien hiere por detrás
y se humilla en la ocasión,
es tan vil como el ladrón
que roba y huye.
D. JUAN:
¿Esto más?
D. LUIS:
Y pues la ira soberana
de Dios junta, como ves,
al padre de doña Inés
y al vengador de doña Ana,
mira el fin que aquí te espera
cuando a igual tiempo te alcanza,
aquí dentro su venganza
y la justicia allá fuera.
D. GONZALO:
¡Oh! Ahora comprendo... ¿Sois vos
el que...?
D. LUIS:
Soy don Luis Mejía,
a quien a tiempo os envía
por vuestra venganza Dios.
D. JUAN:
¡Basta, pues, de tal suplicio!
Si con hacienda y honor
ni os muestro ni doy valor
a mi franco sacrificio
y la leal solicitud
con que ofrezco cuanto puedo
tomáis, ¡vive Dios!, por miedo
y os mofáis de mi virtud,
os acepto el que me dais
plazo breve y perentorio,
para mostrarme el Tenorio
de cuyo valor dudáis.
D. LUIS:
Sea; y cae a nuestros pies,
digno al menos de esa fama
que por tan bravo te aclama.
D. JUAN:
Y venza el infierno, pues.
Ulloa, pues mi alma así
vuelves a hundir en el vicio,
cuando Dios me llame a juicio,
tú responderás por mí.
(Le da un pistoletazo.)
D. GONZALO:
¡Asesino! (Cae.)
D. JUAN:
Y tú, insensato,
que me llamas vil ladrón,
di en prueba de tu razón
que cara a cara te mato.
(Riñen, y le da una estocada.)
D. LUIS:
¡Jesús! (Cae.)
D. JUAN:
Tarde tu fe ciega
acude al cielo, Mejía,
y no fue por culpa mía;
pero la justicia llega,
y a fe que ha de ver quién soy.
2º PARTE. ACTO I
Escena
IV
(El llorón y las flores de la izquierda del
sepulcro de DOÑA INÉS se cambian en una apariencia, dejando ver dentro de ella,
y en medio de resplandores, la sombra de DOÑA INÉS).
DON JUAN y LA SOMBRA DE DOÑA INÉS
SOMBRA:
No; mi espíritu, don Juan,
te aguardó en mi sepultura.
D. JUAN:
(De rodillas.)
¡Doña Inés! Sombra querida,
alma de mi corazón,
¡no me quites la razón
si me has de dejar la vida!
Si eres imagen fingida,
sólo hija de mi locura,
no aumentes mi desventura
burlando mi loco afán.
SOMBRA:
Yo soy doña Inés, don Juan,
que te oyó en su sepultura.
D. JUAN:
¿Conque vives?
SOMBRA:
Para ti;
Mas tengo mi purgatorio
en ese mármol mortuorio
que labraron para mí.
Yo a Dios mi alma ofrecí
en precio de tu alma impura,
y Dios, al ver la ternura
con que te amaba mi afán,
me dijo «Espera a don Juan
en tu misma sepultura.
Y pues quieres ser tan fiel
a un amor de Satanás,
con don Juan te salvarás,
o te perderás con él.
Por él vela: mas si cruel
te desprecia tu ternura,
y en su torpeza y locura
sigue con bárbaro afán,
llévese tu alma don Juan
de tu misma sepultura.»
D. JUAN:
(Fascinado.)
¡Yo estoy soñando quizás
con las sombras de un Edén!
SOMBRA:
No y ve que si piensas bien,
a tu lado me tendrás;
mas si obras mal, causarás
nuestra eterna desventura.
Y medita con cordura
que es esta noche, don Juan,
el espacio que nos dan
para buscar sepultura.
Adiós, pues; y en la ardua lucha
en que va a entrar tu existencia,
de tu dormida conciencia
la voz que va alzarse escucha;
porque es de importancia mucha
meditar con sumo tiento
la elección de aquel momento
que, sin poder evadirnos,
al mal o al bien ha de abrirnos
la losa del monumento.
(Ciérrase la apariencia; desaparece DOÑA
INÉS, y todo queda como al
principio del acto, menos la estatua de DOÑA
INÉS que no vuelve a su
lugar. DON JUAN queda atónito).
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